Indígenas Awá na Terra Indígena Awá-Guajá (Foto: Uirá Garcia).

Awá-Guajá: la supervivencia en la selva restante

Por Rafael Nakamura | Traducción: Manoel Giffoni

La Amazonia marañense perdió en los últimos 26 años un área de bosque equivalente a poco más de la superficie total del Estado de Sergipe. A partir de 1988-2014, alrededor de 2.4 millones de hectáreas fueron desmontadas en Maranhão según los datos provistos por el Proyecto de Monitoreo de la Deforestación de la Amazonia Legal (Prodes), del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE). Granjas de ganado, carbón, cultivos ilegales y madereras ocupan ahora partes de las Tierras Indígenas Alto Turiaçu, Araribóia, Awá y Caru, y son los principales desafíos para el trabajo de protección de los pueblos indígenas aislados y recientemente contactados que habitan la región.

Mapa de las Tierras Indígenas donde se centran las actividades del proyecto de CTI en Maranhão.

Mapa de las Tierras Indígenas donde se centran las actividades del proyecto de CTI en Maranhão.

“En Maranhão, todas las tierras indígenas sufren una gran presión de su entorno. En el caso de TIs (Tierras indígenas) Awá, Araribóia y Caru, por donde pasan un centenar de caminos ilegales, existen invasiones por casi toda el área. El reto de garantizar la autonomía de los pueblos aislados que viven allí es lograr la protección junto con los otros órganos e instituciones del Estado, sobre todo en la cuestión maderera”, dice María Gavião, coordinadora substituta del Frente de Protección Etnoambiental Awá-Guajá (FPEA/Funai).

Hasta hace poco tiempo, parte de las áreas hoy deforestadas eran ocupadas y nombradas por los indígenas Awá-Guajá como harakwá o “lugar que conozco”. El territorio Awá-Guajá no se define a partir de los límites creados por la sociedad nacional no indígena, tampoco por la noción de la propiedad de las porciones de tierra. En estos “locales que conocen”, los Awa establecen relaciones con las plantas, animales y con otros pueblos, así como con otros seres que habitan en otros niveles del cosmos, explica Uirá García, antropólogo miembro del Centro de Estudios Ameríndios (CEstA), de la Universidad de São Paulo (USP), y profesor de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp).

“Su noción del territorio es esa. El harakwá de ellos es el bosque, donde ellos saben vivir, donde ellos caminan.”

Los contactos con algunos grupos Guajá datan del final de los años 1970. Antes de eso, ellos vivían en los bosques de los ríos Caru, Pindaré y Gurupi, huyendo del Karai (no indígena) y de su “catarro” – como una referencia a la gripe traída por ellos. Incluso en este período, ya establecían algunas relaciones con poblaciones vecinas, pequeños agricultores, campesinos y ribereños que ocupaban la región.

Los Guajá son un pueblo esencialmente cazador recolector. La caza es la base de su vida social y determina el patrón de ocupación tradicional del territorio. “El territorio está atravesado por senderos, muchos de ellos invisibles para quien llega de afuera. Una ramita cambiada, una marca en un árbol ya es un camino para ellos. Por lo tanto, contiene todo el conocimiento botánico, zoológico y toponímico, hasta los conocimientos chamánicos, ya que varios animales del bosque tienen un correspondiente celestial”, comenta Uirá García.

Incluso con la demarcación de las tierras indígenas de la región, los Awá-Guajá, hoy divididos entre recién contactados y aislados, se encuentran atrapados cada vez más por las diversas presiones sobre su territorio, sean ellas iniciativas legales de obras de infraestructura y exploración de recursos naturales, sean los diversos frentes invasores ilícitos.

Carretera ilegal en la Tierra Indígena Awá (Foto: Uirá García).

Carretera ilegal en la Tierra Indígena Awá (Foto: Uirá García).

El bosque bajo fuego

En octubre de 2015, la TI Araribóia sufrió un incendio de grandes proporciones que duró todo el mes. De las 413 000 hectáreas de bosque, 220 000 (53,2%) fueron destruidas. Los madereros fueron señalados por el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (IBAMA) como los principales responsables de iniciar los incendios.

La TI está ocupada principalmente por los Guajajara y se ha confirmado la presencia de alrededor de 80 Awá-Guajá que viven en aislamiento voluntario. Con gran parte del territorio en llamas, la fuerte presencia de brigadas de combate del fuego, helicópteros, aviones y la presencia de muchos no indígenas, la vida de los Guajá aislados sin duda se ha visto afectada e incluso pueden haberse causado más traumas en la relación con la sociedad no indígena.

En la lucha contra incendios, los grupos indígenas se organizan para monitorear sus territorios. Son conocidos como los Guardianes de la Selva.  “Tanto en la TI Araribóia como en la TI Caru, los indígenas están ejerciendo la protección de su propio territorio, teniendo también como objetivo ayudar a garantizar la autonomía de los aislados. Esta iniciativa de los guardianes en colaboración con la Funai y otros organismos, ha sido una experiencia muy interesante”, señala María Gavião.

Los Guardianes de la Selva en la actividad de extinción de incendios en la TI Araribóia (Foto: Colección CTI).

Los Guardianes de la Selva en la actividad de extinción de incendios en la TI Araribóia (Foto: Colección CTI).

La parte marañense de la Amazonia es una región con antigua ocupación no indígena. De acuerdo a la información del artículo “La pérdida de Harakwá y la Penuria del Mundo”, de Uirá García, publicado en el libro Pueblos Indígenas de Brasil (2006/2010) del Instituto Socioambiental (ISA), los Awá-Guajá enfrentan cuatro grandes amenazas:  la tala de la cubierta forestal  para asentamientos ilegales para la siembra; la deforestación a gran escala, y no pocas veces con el uso de mano de obra esclava, causada por empresarios y hacendados; maderas de  maçaranduba, jatoba, ipe y pau d’arco extraída de los TIs Awá, Caru e Alto Turiaçu para abastecer los aserraderos en Paragominas (PA) y Buriticupu (MA); y la presencia de narcotraficantes y de grandes plantaciones de marihuana, tales como se encontraron por la Policía Federal en 2009, en un área de 10 km² dentro de la TI de Alto Turiaçu.

Los datos de deforestación en la región ayudan a entender la mayor incidencia de apariciones de indígenas aislados Awá-Guajá. Para Uirá García, el cambio no es en los aislados en sí, mas bien en el contexto en que ellos viven: “Hoy ha aparecido mucho más evidencia de aislados que antes. La impresión es que esta recurrencia de casos está directamente relacionada con el aumento de las invasiones y las presiones sobre su entorno. Hoy los aislados están apareciendo en las comunidades contactadas porque ya no tienen hacia donde huir”

Como agravante, predomina la coivara, agricultura de corte y quema, como principal sistema de cultivo de arroz y mandioca (yuca) para la subsistencia de  las familias del oeste marañense. En los últimos años se ha visto la inversión masiva de fondos federales en las granjas familiares regionales, que representan el 93% de la producción de café del estado, el 89% de la producción de arroz y 86% de la yuca y cerdos, de acuerdo con el Ministerio de Desarrollo Agrario. Esta inversión viene sin ser acompañada de proyectos de gestión y modelos alternativos de cultivo, teniendo en cuenta que es un territorio indígena.

Un ruido que no proviene de la selva

La principal gran obra de la región es el ferrocarril de Carajás, inaugurado en 1985 y que, actualmente, está pasando por obras de duplicación. El ferrocarril pasa por el borde de la TI Caru, área donde antiguamente los Awá-Guajá transitaban libremente. Los estudios de la obra se iniciaron en 1974 y, para viabilizar la construcción de la vía férrea, la entonces Frente de Atracción de Funai juntó a los grupos dispersos en una misma tierra indígena. La política estatal brasileña tenía como objetivo llevarse a los indígenas aislados a manera de favorecer a la Compañía Vale do Rio Doce, por entonces una empresa estatal.

Las vías conectan a la mayor mina del mundo a cielo abierto de mineral de hierro, en Carajás, sudeste de Pará, con el Puerto de Ponta da Madeira, en San Luis (MA). Los gigantescos trenes de carga pueden ser escuchados a kilómetros de distancia en el interior de la tierra indígena, afectando directamente la vida de los pueblos indígenas, sorprendiendo a los animales de caza, la dieta básica de los aislados Awá-Guajá. “Ellos dicen que la caza ahí en los límites es paranoica, son como animales de zoológico. Cualquier ruido y el animal ya está alerta. Ellos nombran a estos animales como de ´caza enojada´, los cuales son más difíciles de atrapar, ya que están acostumbrados a la presencia humana y, sobre todo, con ruido. Para cazar de manera tranquila, ellos se ven obligados a moverse lejos de las aldeas”, comenta Uirá García.

Indígenas de sete povos do Maranhão interditam a Estrada de Ferro Carajás. O trecho da ferrovia bloqueado passa pela aldeia Maçaranduba, Terra Indígena Caru (Foto: Justiça nos Trilhos).

Interdicción del ferrocarril de Carajás, que pasa por el pueblo Maçaranduba, en la Tierra Indígena Caru (Foto: Justicia on Rails).

La situación tiende a empeorar con la duplicación de la vía férrea, lo que aumentará la proximidad a los territorios indígenas. “La duplicación traerá más problemas para los Awá: el aumento de ruido, la motorización de la economía local, que atraerá a más personas que van a invadir más tierras  indígenas, ya sea para cazar, ya sea para la agricultura, o para pescar”, dice el antropólogo.

De esta forma, la vida de los aislados en la región es cada vez más difícil. A principios de 2015, un grupo de tres Awá-Guajá aislados que estaban cercados por madereros, buscó hacer contacto con la TI Caru. Era una familia: un adolescente, su madre y su abuela. La más anciana evitaba el contacto desde mediados de los años 1980. Los Awá-Guajá ya contactados temen por la vida de sus familiares, porque saben del miedo y las dificultades que los aislados están pasando.

Se trata de supervivencia. Ellos comen de lo que pueden y huyen de la acción de los no indígenas en un intento de seguir viviendo libremente de acuerdo con sus costumbres. Al ver como sucumben los bosques, los Guajá temen no sólo por sus vidas, sino por otros seres que también dejarán de existir. En la mitología Awá-Guajá existe un pueblo celestial, un grupo de humanos que viven en el cielo. Aunque habitan otro nivel, los Karawara, como son llamados, cazan en la tierra y dependen de los bosques para sobrevivir.

“Para los Awá-Guajá, todo el mundo algún día será Karawara. Es el destino de la humanidad. Cuando yo muera, me voy al cielo. Para llegar pasaré por algunos rituales, me adornan, cantan y yo voy a renacer y vivir para siempre en el cielo. Así que para ellos, el paraíso, lo que te espera después de la muerte, está en peligro”, explica Uirá García.

Para el antropólogo, lo que está en juego es la propia humanidad de los Awá-Guajá. “El bosque despierta los recuerdos de los antepasados, que es donde aprendieron a caminar, cazar y escuchar todo lo que está a su alrededor. Los Guajá tienen una hermosa tradición: cuando el niño comienza a dar los primeros pasos, el padre lo lleva un poquito hacia dentro del bosque y vuelve para la casa. Al otro día él lo lleva un poco más adentro y vuelta para la casa. Otro día lo lleva aún más adentro, duermen allí, y después vuelven para la casa. Existe una educación en ese caminar”, concluye.